jueves, 24 de marzo de 2011

Mientras me enamoro de mí

Cuando empecé a notar un cambio importante en mi vida y en mi actitud como resultado de un detalle trivial, pensé: “ojalá todo en mi vida se arreglara con algo tan simple como esto”.  Y hoy descubro que, a mediano plazo, si bien no arregla todo, sí genera un alud de cambios significativos.

Todo empezó el día que dejé una persiana abierta por la noche, para que el cuarto no estuviera en penumbra total. Y a la mañana siguiente, no sólo no tuve problemas para levantarme, sino que, extrañamente, me sentía con energía. Contenta.

Me dí cuenta que ordenar mi vida podía empezar con algo tan sencillo como ordenar mi casa, barrer, trapear... poco a poco dejas de posponer el momento en que te arrastras fuera de las cobijas y pronto llega el día en que, cual resorte, brincas de la cama para empezar tu día. Luego empiezas a despertar y a sentirte con energía una hora antes de la usual. Ves que te le has adelantado a la alarma y sólo sonríes, recordando cuando el celular, cansado de hacer sonar tantas veces la repetición, simplemente se da por vencido en sus esfuerzos por despertarte y a tí se te hace tarde. Y entonces decides que tienes que hacer algo más para aprovechar ese tiempo, esa energía que te recorre las venas. Así que empiezas a activarte, pues sentarse frente a la compu -o, en otros tiempos, frente a la tele- se siente como un desperdicio de tanta electricidad que te está moviendo. Ahora haces ejercicio, sales a trotar para llenarte de oxígeno y ver lentamente a la ciudad desperezarse e iniciar su frenético ritmo matutino.

Yo no sé en qué momento avancé. En qué momento toda esta energía me impulsó hacia adelante y te dejé atrás, junto con la versión de mí misma que te adoraba, que te necesitaba, que te pensaba y, cansada de olvidarte, te recordaba. Esa versión de mí que se deprimía, que se quedaba bajo las cobijas hasta que no había más remedio que levantarse pues ya era muy tarde y una vez más, llegaría retrasada al trabajo. Esa versión de mí que con trabajos se bañaba y se ponía lo primero que encontraba a la mano. Esa versión de mí que mis gatos se esforzaban por levantar en las mañanas, no sólo para que les diera de comer, sino para verme hacer el desmadre que ahora hago diario y que ellas tanto disfrutan. ¿Fue en el momento en que pedí ayuda? Porque el fondo lo toqué tantas veces... Creo que el fondo me era reconfortante, era conocido, cómodo. Dejar ese fondo en el que estuve tanto tiempo sumida me resultaba impensable, era tan difícil como dejarte a tí.

Aún me da miedo que un día te encuentre frente a mí, sin esperarlo, y me noqueen de un golpe todos los recuerdos, todos los sentimientos, todas las humillaciones y todos los momentos que significaste para mí. Que me caigan encima los 10 años de mi vida que absorbiste de manera tan completa, que no fue sino hasta ahora que empiezo a disfrutarme y a quererme. Porque tú llegaste en ese momento mágico cuando me empecé a querer,  y te transferí todo ese amor que debí haberme dado a mí misma. Porque lo tomaste, cual hombre confundido que eres, sin saber lo que querías. Y lo seguiste tomando a lo largo de todo ese tiempo y haciéndome adicta a tí. Porque cada que me quería ir, te aferrabas a mí y me hacías sentir loca por querer borrarte de mi vida, porque me ofrecías amistad cuando lo que yo pedía era amor. Porque me hacías creer que si me quedaba, esa amistad se volvería amor con el tiempo.  Si te viera, acabaría hecha polvo bajo el golpe de semejante peso. Ese es mi temor.

Pero en lo que me mantengo alejada de tí, de los lugares donde sé que te puedo encontrar; mientras confío en que la ciudad es lo suficientemente grande para los dos y confío también que tú te cuidarás de cruzarte conmigo, cobarde como eres. En lo que hago mi vida y me rehago a mí misma, estoy aprendiendo el arte de ser felíz. El arte de cuidar de mí y de nadie más. Mientras, me enamoro no de mi soledad, sino de mí.  Y seguiré durmiendo con la persiana abierta hasta la noche en que me enamore de alguien más.

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