sábado, 27 de febrero de 2016

Tantas veces quizá.

A veces me pregunto si me esfuerzo demasiado.
Si estoy queriendo tener algo que tal vez no esté listo para mi.
¿O seré yo la que tal vez no esté lista?
¿Será que me iré a España, que me den esa beca para ese curso que lleva tantos años ahí, que parece estarme esperando?
¿Será que me vaya a Australia?
¿Será que me quede en Berlin?

Tantos será, tantos tal vez.
Tantos quizá.

¿He sido, al menos, un quizá para ti?

No importa.

Yo no quiero ser un quizá en tu vida.
Quiero ser un definitivamente, tal vez.

martes, 1 de septiembre de 2015

De paso

Sé que sólo estás de paso.
Que eres un viajero atorado en este espacio y tiempo, y de casualidad nos encontramos.
Sé que cuando llegue el momento, continuarás el viaje y todo esto será sólo un recuerdo.
También sé que no te gusto suficiente para quedarte.
Y está bien.
Yo tampoco quiero retenerte.
Tal vez ni pudiera estar contigo todo el tiempo como una pareja.
Sé que las cosas y las personas llegan en el momento en que las necesitas aunque no comprendas esa necesidad.
Tal vez sólo estábamos destinados a encontrarnos así, brevemente... como en un carrusel.
Tal vez sólo debamos coincidir así, rozándonos apenas... bailando un tango en el que nos acercamos, abrazamos y empujamos después,
alejándonos...

Hasta que un día ya no más.


domingo, 9 de agosto de 2015

Viceversa

Quiero a alguien a quien le guste tanto, que quiera verme todos los días, y cuando no pueda, que me escriba. Que me dé los buenos días y las buenas noches. Que esté en su mente y en su vida sin que deje de vivir la suya. Que disfrute el tiempo que pasa conmigo sin necesitarlo, sólo quererlo y buscarlo.

Quiero a alguien que me apoye, escuche y entienda.
Quiero a alguien que sepa sorprenderme sin pensarlo demasiado y sin que lo solicite.
Quiero estar con alguien que sepa que a veces necesito estar sola, y que a veces sólo necesito estar con él.

Que sepa que basta a veces sólo estar, sin necesidad de palabras. Que a veces basta sólo con tocarme la mano o besarme.
Que no necesitamos estar todo el tiempo juntos para ser pareja.
Que sepa el valor de un silencio o de un abrazo.

Y viceversa. 

sábado, 19 de abril de 2014

De cómo perderse en San Petersburgo y vivir para contarlo

Moscú me recibió de noche, con té y chocolates. Me recibió con el Kremlin iluminado visto desde la Catedral de Cristo Salvador. Jamás podrán olvidar mis ojos lo que fue salir del metro a la 1 am tras una carrera aeropuerto-tren-metro-transbordo y ver frente a mi la belleza de los muros rojos del Kremlin y las cebollas doradas de la Catedral, con el aroma de la noche y el sonido del río. Moscú es, como Berlín, una ciudad que ha sobrevivido a la historia, el tiempo y la vida. Moscú es una ciudad de contrastes y tradiciones, de cicatrices vivas y monumentos grandiosos, de opulencia y dignidad.  A Moscú le dije hasta pronto una noche, en el último tren de un viaje grandioso, rumbo a San Petersburgo. Un compartimiento dormitorio para mi sola, persiguiendo el amanecer hacia el norte. Mirando y grabando en mi mente todos los detalles de las casas de campo, los ríos, los paisajes. Té negro, en una taza magnífica: tradiciones que se resisten a dar paso al tiempo y mantenerse como ecos de la majestuosa época de los zares.

Al entrar a la estación veré el único reflejo de que en alguna ocasión Rusia sufrió a Stalin, con el busto del camarada Iósef en un relieve mural en la sala de espera. Pero una vez en el tranvía y recorriendo la ecléctica Névsky, fue como ese chispazo eléctrico que sientes cuando tocas la piel de alguien que te gusta. Y al bajar y atravesar puente tras puente de ríos interconectándose, fluyendo de uno a otro, fue como esa primera vez que te tomas de la mano con esa persona.  Y al salir del hostal (que parecía hotel de lujo) y perderme en las calles bordeando el Pryazhka, el Griboyedova… mercados llenos de miel -¡quién podría haber dicho que había tantos tipos de miel! frutas, verduras, una explosión de colores en desordenada belleza. Comprar cerezas a un vendedor ambulante, caminar por el mercado de ropa y otras cosas cual tianguis de domingo cualquiera. Entrar a hermosos centros comerciales, descubrir la repostería -¡qué pasteles, dios mío!. Y sobre todo, caminar y caminar y caminar por palacios, pòrticos y casas de ensueño. Sin asombro me descubro perdidamente enamorada: San Petersburgo, soy tuya.

Palacios y màs palacios: el Mikhailovsky, el palacio donde vivió Rasputin, el teatro Marinsky, caminar todo Sadovaya hasta Nevsky, perderse en la ribera del Neva, tras el Hermitage, y contemplar la Fortaleza de San Pedro y San Pablo desde un puente.  Entrar al Hermitage, y a pesar del mar de gente, caminar sobre el parqué (bueno, primero pegué la cara al suelo para tratar de descifrar cómo diablos crearon ese piso de madera tan perfecto, lleno de patrones tan intrincados que parece ensamblado por computadora, como buena arquitecta) por el que los zapatos de los zares se deslizaban.

Me perdí buscando el museo de los 900 días, pero cada extravío implicaba un deleite de edificios y puentes. Me perdí en el museo de los 900 días, revisando todas las armas, condecoraciones y objetos de los viejos, mujeres y niños que defendieron su ciudad sin saber usar las armas que habían quedado tras la partida de sus hombres. Me perdí por las callejuelas que rodean los jardines de invierno y los de verano. Me perdí tomando el tranvía equivocado y sin batería en el celular, en algún lugar cruzando el Neva hacia el oeste rumbo a Krasnovgardeysky. Me regresé como mejor pude sin saber ni jota de cirílico ni ruso, me trepé al primer metro que se cruzó en mi camino y me bajé en algún lugar que más o menos recordaba cercano.
Me perdí en la contemplación de las noches blancas: los días más largos del año en que sólo baja el sol un momento para volver a elevarse. Noches blancas, traicioneras y magníficas. Me perdí en los momentos: pintores pintando las cúpulas de colores reflejadas en el río, los vendedores de matrioshkas, íconos y reliquias de la WWII, me perdí en la gastronomía exquisita de las cerezas, frutos rojos, borsch, pelmeni y en el exquisito restaurante El Idiota. Me perdí en el museo del Mikhailovsky. Me perdí en el Hermitage.

Digo que me perdí, porque tendré que regresar a encontrarme.




jueves, 22 de agosto de 2013

Viajar Leyendo

There is no frigate like a book
To take us lands away
Nor any coursers like a page
Of prancing poetry.
This traverse may the poorest take
Without oppress of toll
How frugal is the chariot
That bears a human soul!

Emily Dickinson.
Siempre he creído que la lectura es un viaje: un viaje a otros tiempos, a otros escenarios o incluso al interior de otras mentes. Y es que la palabra escrita es poderosa: puede inspirar a creer en magia, deidades o en políticos; adentrarnos en los corazones de personas que nunca hemos conocido. De conmovernos con estrofas de poesía o volvernos locos con la oscuridad de la desesperación que emana de la pluma de un autor.

Pero tal vez la magia más grande de un libro consista en su habilidad para transportarnos a lugares que jamás hemos visitado o que están en otro tiempo. Incluso a veces podría decirse que te transportan al futuro a través de un dèja-vu.   Y es que los libros no sólo son en sí mismos un viaje, sino que también inspiran a viajar.

Yo soy una devoradora de libros: He visto la grandeza de la Rusia zarista a través de los ojos de Anna Karenina y El Idiota. Y es que las imágenes y ambientes que quedaron impresas en mi mente con la fuerza de un holograma me llevaron a desear ver, sentir, caminar por los pisos de parqué de diseños imposibles que Tolstoy y Dostoievsky pusieron a los pies de sus personajes. He cruzado el Atlántico y llegado por tren –esos trenes de tantas otras lecturas, a las mismísimas puertas del Palacio de Invierno y visto en los reflejos de los cristales que se dan al Neva a Kitty o a Anastasia Filipovna; a caminar por los Jardines de Verano e imaginar a Aglaya sentada en el banco en el que citó a Myshka. Y aunque los escenarios no sean los que estrictamente menciona el libro, sí llena esos grandiosos parajes con el alma que sólo una gran pluma puede retratar.

Me he encontrado también en Petersburgo al Príncipe Felíz, con su traje de plomo rodeado de pájaros.  He caminado por la ciudad de los palacios y ahora tengo un ambiente que darle a todas las letras que han poblado mis sueños desde que los leí por primera vez.


Y de repente también hay libros que complementan un viaje: al tiempo que los paisajes y el bamboleo del tren ruedan por esa Europa que llevo toda una vida anhelando, las letras que van llenando mi mente mientras tanto me van construyendo los detalles de ese fanatismo comunista que tan caro le costó al Berlín que acabo de dejar – jamás será lo mismo pensar en el Muro que verlo, que sentir en el aire los restos del dolor que aún tiene esa ciudad- y que teñirá el ambiente del Moscú al que me dirijo. De no haber tenido frescos en la memoria el retrato del poderío enfermizo del socialismo que me imprimió Padura en su relato, jamás me habría conmovido el eclecticismo arquitectónico de una ciudad que lo mismo ha sufrido a Iván El Terrible que a Iosef Stalin y ahí sigue:  imponente, roja y dorada, histórica, eterna.

Viajar a través de libros, también: María Dueñas me ha llevado a la España de Franco en dos libros diferentes y me ha llenado de admiración por su gente, me ha antojado Madrid hasta añorarla. Carlos Ruiz Zafón ha dejado grabada en la retina de esa visión interior que tenemos en la mente las calles angostas y las viejas librerías de Barcelona; y Philippa Gregory con sus reinas putas me ha dejado la nostalgia de los castillos, valles y catedrales de Inglaterra y Francia que algún día pisaré.

Pero en lo que logro que mi cuerpo alcance mis lecturas, seguiré viajando a través de ellos y con ellos: con un libro, siempre.

“La escritura es la pintura de la voz”.

Voltaire

Texto publicado originalmente en:



miércoles, 21 de agosto de 2013

Y de repente...

Y de repente me dieron ganas de volverme a enamorar.

De querer (te),
De pensar (te),
De encontrar que nuestros caminos se juntaron por una extraña casualidad.

De decir (te) "Amor mío".

De compartir (te) sueños, momentos, comidas, historias.

De ver (te) e iluminar mis días.

¿Quién serás, amor mío, que sé que pronto me encontrarás?

No te olvides de llegar y decirme que eres tú,
no quisiera equivocarme una vez más.


martes, 19 de febrero de 2013

Soltar(te)

Tendría que ser de piedra para no extrañarte.
Tendría que ser miserable para no desearte ser feliz.
Tendría que ser una amargada para no aceptar que me diste mucho:

que me hiciste sentir amada, admirada...
que me hiciste sentir parte de una familia
que me hiciste desear ser mejor persona.

Tendría que no tener memoria para no recordarte,
para olvidar que fuiste mi mejor amigo.
Tendría que negar mi pasado para borrarte de mi historia.

Hoy miro atrás y veo que ya no hay nada que nos una.
Hoy suelto esa última hebra que me unía a ti:
La del hilo del dolor,
del hilo del rencor.

Hoy siento que ya te he perdonado.
Hoy sé que te has ido.

domingo, 23 de diciembre de 2012

Tristeza y Furia: un cuento

Cuentan que a un estanque mágico llegaron una vez a bañarse haciéndose mutua compañía la tristeza y la furia.

Llegaron junto al agua, se sacaron las ropas, y desnudas entraron a bañarse.
La furia, apurada, como siempre, inquieta sin saber por qué, se bañó y rápidamente salió del estanque. Pero como la furia es casi ciega se puso la primera ropa que manoteó, que no era la suya, sino la de la tristeza. Vestida de tristeza, la furia se fue como si nada pasara. 

La tristeza, tranquila y serena, tomándose el tiempo del tiempo, como si no tuviera ningún apuro, porque nunca lo tiene, mansamente se quedó en el agua bañándose mucho rato y cuando terminó, quizá aburrida del agua, salió y se dio cuenta de que no estaba su ropa. Si hay algo que a la tristeza no le gusta es quedar al desnudo, así que para no estar así, al descubierto, se puso la única ropa que había, la ropa de la furia. Y así vestida de furia siguió su camino.

Cuentan que a veces cuando ve a otro furioso, cruel, despiadado y ciego de furia, parece que estuviera enojado, pero si uno se fija con cuidado se da cuenta de que la furia es un disfraz y que detrás de la furia está escondida la tristeza. 

Y también a veces cuando ven a otro desolado, detrás de su tristeza está escondida la furia.

Jorge Bucay

viernes, 7 de diciembre de 2012

Adiós 2012.

2012 fue un año especial, en el que mi vida cambió de la noche a la mañana en mil y un sentidos.
Me trajo un nuevo trabajo y una nueva ciudad.
Obtuve el famoso papelito que me acredita como arquitecta titulada.
Me dejó la experiencia de volver a compartir una vivienda después de 5 años de vivir sola.
Me trajo nuevos amigos y amigas.
Conseguí nuevos retos laborales.

Volví a salir del país por primera vez desde 2009.

2012 también tuvo muchas horas de lectura de libros y autores que se grabaron en mi alma para ir a buscar nuevos destinos en 2013.

2012 tuvo mucha felicidad y una dosis de tristeza.

Y ya a punto de terminar, también me enseñó que si te caes 7 veces, te levantes 8.

Adiós 2012.




lunes, 3 de diciembre de 2012

Me reservo el derecho

Me reservo el derecho a sentir mi dolor con locura.
Me reservo el derecho de cerrar la puerta a cal y canto.
Me reservo el derecho de llevarme mi amistad junto con el amor que no quisiste.

Me reservo el derecho de perderme en mis sueños.
Me reservo el derecho de encontrar la salida y cerrarla detrás de mi.

Me reservo el derecho de irme y no mirar atrás.
Me reservo el derecho de quererte otro rato... y el de dejar de quererte.
Me reservo el derecho de dejar de pensarte,
de extraviarte en el olvido de mis letras.

Le faltaste al respeto a mi amistad y a mi amor.
Le faltaste al respeto a mi confianza.

Me reservo el derecho de guardarme mis lágrimas.
Me reservo el derecho a perdonarte sin que te enteres.