jueves, 22 de agosto de 2013

Viajar Leyendo

There is no frigate like a book
To take us lands away
Nor any coursers like a page
Of prancing poetry.
This traverse may the poorest take
Without oppress of toll
How frugal is the chariot
That bears a human soul!

Emily Dickinson.
Siempre he creído que la lectura es un viaje: un viaje a otros tiempos, a otros escenarios o incluso al interior de otras mentes. Y es que la palabra escrita es poderosa: puede inspirar a creer en magia, deidades o en políticos; adentrarnos en los corazones de personas que nunca hemos conocido. De conmovernos con estrofas de poesía o volvernos locos con la oscuridad de la desesperación que emana de la pluma de un autor.

Pero tal vez la magia más grande de un libro consista en su habilidad para transportarnos a lugares que jamás hemos visitado o que están en otro tiempo. Incluso a veces podría decirse que te transportan al futuro a través de un dèja-vu.   Y es que los libros no sólo son en sí mismos un viaje, sino que también inspiran a viajar.

Yo soy una devoradora de libros: He visto la grandeza de la Rusia zarista a través de los ojos de Anna Karenina y El Idiota. Y es que las imágenes y ambientes que quedaron impresas en mi mente con la fuerza de un holograma me llevaron a desear ver, sentir, caminar por los pisos de parqué de diseños imposibles que Tolstoy y Dostoievsky pusieron a los pies de sus personajes. He cruzado el Atlántico y llegado por tren –esos trenes de tantas otras lecturas, a las mismísimas puertas del Palacio de Invierno y visto en los reflejos de los cristales que se dan al Neva a Kitty o a Anastasia Filipovna; a caminar por los Jardines de Verano e imaginar a Aglaya sentada en el banco en el que citó a Myshka. Y aunque los escenarios no sean los que estrictamente menciona el libro, sí llena esos grandiosos parajes con el alma que sólo una gran pluma puede retratar.

Me he encontrado también en Petersburgo al Príncipe Felíz, con su traje de plomo rodeado de pájaros.  He caminado por la ciudad de los palacios y ahora tengo un ambiente que darle a todas las letras que han poblado mis sueños desde que los leí por primera vez.


Y de repente también hay libros que complementan un viaje: al tiempo que los paisajes y el bamboleo del tren ruedan por esa Europa que llevo toda una vida anhelando, las letras que van llenando mi mente mientras tanto me van construyendo los detalles de ese fanatismo comunista que tan caro le costó al Berlín que acabo de dejar – jamás será lo mismo pensar en el Muro que verlo, que sentir en el aire los restos del dolor que aún tiene esa ciudad- y que teñirá el ambiente del Moscú al que me dirijo. De no haber tenido frescos en la memoria el retrato del poderío enfermizo del socialismo que me imprimió Padura en su relato, jamás me habría conmovido el eclecticismo arquitectónico de una ciudad que lo mismo ha sufrido a Iván El Terrible que a Iosef Stalin y ahí sigue:  imponente, roja y dorada, histórica, eterna.

Viajar a través de libros, también: María Dueñas me ha llevado a la España de Franco en dos libros diferentes y me ha llenado de admiración por su gente, me ha antojado Madrid hasta añorarla. Carlos Ruiz Zafón ha dejado grabada en la retina de esa visión interior que tenemos en la mente las calles angostas y las viejas librerías de Barcelona; y Philippa Gregory con sus reinas putas me ha dejado la nostalgia de los castillos, valles y catedrales de Inglaterra y Francia que algún día pisaré.

Pero en lo que logro que mi cuerpo alcance mis lecturas, seguiré viajando a través de ellos y con ellos: con un libro, siempre.

“La escritura es la pintura de la voz”.

Voltaire

Texto publicado originalmente en:



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