Estoy en una lucha conmigo misma.
Es esa lucha en la que te debates por buscarle, hablarle... pensando por un lado que todo es un mal sueño y su voz, su presencia, sus letras te confirmará que todo está bien.
Pero al mismo tiempo sabes que no es así: que el rompimiento ocurrió, que no es un sueño y que hablarle, leerle o verle sólo te lastimará más.
Y si de por sí las lágrimas, traicioneras, afloran en cualquier momento, ¿cómo podría soportar su frialdad?
Por un lado quiero desaparecer: dejarle su mundo intacto. Pero su mundo estaba convirtiéndose en el mío. Sus amigos, en míos. Su casa, en la mía y la mía en la suya.
No quiero estar en mi casa, pues siento que él hace falta.
No quiero abrir mi closet, porque ahí están ese libro y esa muñequita rusa que me dio el día que me besó por primera vez.
No quiero ir a los lugares que frecuentamos.
No quiero ver las series que veíamos juntos.
Y estar conmigo misma es sólo dolor.
Tengo, por otro lado, mucha gente que me da su abrazo y sus hombros para llorar. Ahora, a diferencia de antes, no estoy sola. Pero eso, de alguna forma, lo hace más difícil. Porque no sólo lo pierdo a él: pierdo a tanta gente que nos rodeaba.
Pierdo los viajes que planeábamos.
Pierdo muchos sueños en común.
Y trato de hacer a un lado esa vocecita que me dice: él va a volver. Nos vamos a reconciliar. Vas a volver a abrazarlo, a estar con él, en su mundo.
Es hora de volverme a hacer un mundo para mí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario