jueves, 7 de abril de 2011

Crónica de un desastre anunciado

El título de este post bien podría referirse también a mi relación anterior, sobre la que he escrito todas las entradas de este blog. No obstante, en esta ocasión se refiere a una experiencia que viví en mi último año de bachillerato, y cuyo reporte entregué con exactamente este mismo título. No deja de asombrarme lo rápido que avanzan la tecnología y las herramientas de comunicación en nuestros días. Poco a poco he reencontrado, gracias a facebook, a viejas amistades que en su momento fueron cómplices de experiencias muy diversas, y de las que rescaté la siguiente.


Crónica de un desastre anunciado


Cuando estaba estudiando mi bachillerato en el CCH -cuyo plan de estudios antiguo era una verdadera maravilla, pero eso es otro tema- tuve en el último año tres maestros de física que parecen haber sido la inspiración para los personajes de The Big Bang Theory. Un ingeniero alto y desgarbado, un físico torpe socialmente y un astrónomo que pensaba que todos los que estábamos inscritos en su clase íbamos a estudiar astronomía porque simplemente para él no existía otra rama de la física que valiera la pena. Y sus dos colegas le parecían menos importantes porque uno era sólo físico y el otro sólo un ingeniero. 


Por lo mismo, casi su primera asignación fue inscribirnos en un concurso de astronomía que patrocinaba el Instituto de Astronomía de la UNAM. El premio de la primera fase era asistir a un curso impartido por la Dra. Julieta Fierro y otros reconocidos astrónomos, durante un mes, en el IA; y tendría como punto culminante una práctica en el observatorio de Santa Ma. Tonantzintla, cerca de Cholula, Puebla. No sabemos ni cómo le hicimos, pero... ganamos. 


He de admitir que el curso lo disfruté enormemente. Ir todos los sábados por un mes a CU a las instalaciones del Instituto de Astronomía, entre roca volcánica y rocas lunares, y aprender de personalidades como la Dra. Fierro, era algo increíble. Superaba todas mis expectativas. Y siempre me había gustado la astronomía. Y claro, había que estudiar todo lo del curso APARTE de lo que nos hacían estudiar esos personajes thebigbangtheorianos región 4.  Como producto de esta aventura, surgió una increíble amistad con mis dos compañeros de equipo: Bernardo y Nubia, de quienes no sabía nada desde que terminamos el bachillerato, hasta ahora. 


Finalmente llegó el gran día en el que iríamos al Observatorio. De las prácticas de esa noche en el gran telescopio observando la nebulosa de Orión, saldría un equipo ganador que iría a observar el cometa Halley-Bop en el observatorio de San Pedro Mártir. La cita era a las 4 de la tarde en el IA, de donde saldría el camión que nos llevaría hasta el observatorio, teniendo programado llegar a eso de las 7 de la noche para realizar un recorrido por las instalaciones y a las 8, ya oscuro, empezar la observación. Regresar a las 11 de la noche al DF y llegar a la 1 am al IA donde nos recogerían nuestros familiares. 


Empieza la aventura


Todo iba de acuerdo a lo planeado... hasta llegar a la primera caseta a Puebla. Unos kilómetros antes, el camioncito empezó a quejarse al hacer los cambios de velocidad, hasta que finalmente escuchamos un golpe sordo y, unos metros antes de la caseta, el destartalado pumabus dejó tirada la transmisión. Sólo nosotros parecíamos darnos cuenta de lo que estaba pasando, el resto de los participantes - una mezcla de chavos de   escuelas privadas, una chica que llevaba a su papá, y un equipo de alumnos de la Prepa 9-. En ese entonces, sólo una muchacha tenía un celular -prestado por sus padres-, pero fue completamente inútil porque todo México no era aún territorio telcel, así que tuvimos que esperar hasta que el chofer fuera por ayuda. La ayuda llegó y dictaminó que no era de arreglo rápido, por lo que deberíamos esperar varias horas hasta que quedara. 


La comitiva decidió que no cancelaríamos la aventura e investigando, nos enteramos que la desviación a Santa María Tonantzintla quedaba un par de kilómetros adelante de la caseta, por lo que agarramos nuestros lonches, chamarras y mochilas y decidimos ir hasta el entronque a pie. Trepamos el puente y seguimos caminando sobre la carretera, parando a cuanto autobús de pasajeros pasara e indagábamos si iba hacia Santa María. Finalmente pasó uno que más o menos podía acomodar a los veintitantos pasajeros que éramos, y como pudimos nos distribuimos en el interior junto con los asombrados poblanos. Algunos llevaban animales de granja -gallinas, principalmente-, por lo que el aroma no era precisamente agradable. 


En el autobús, la angustia se apoderó de algunos de nosotros. No sabíamos cómo llegaríamos al observatorio, ni a qué hora. O si el retraso nos permitiría continuar con la práctica. Algunos decían que debimos habernos quedado en el camión y pedir que volvieran a programar la visita. Y, más importante aún, ¿cómo íbamos a regresar?


El camión era de esos que van haciendo paradas casi cada kilómetro sobre la carretera, por lo que no fue sino hasta las 9 de la noche que llegamos a Santa María. Afortunadamente el pueblo es pequeño y no había que caminar mucho para llegar hasta el observatorio. Recuerdo que estuvimos algún rato esperando que nos abrieran, y cuando lo hicieron, fue un astrónomo atónito de la hora y las condiciones en las que llegábamos. Ya no nos esperaban. El observatorio está ubicado en el punto más alto del pueblo, alejado de la mayor cantidad de contaminación lumínica. Por lo mismo, las instalaciones no cuentan con alumbrado exterior de ningún tipo. Avanzamos a tientas hasta la torre de observación propiamente dicha, siguiendo al astrónomo, tropezándonos de vez en cuando hasta que nuestros ojos se acostumbraron a la oscuridad. El recorrido prometido no pudo ser realizado, así que pasamos directamente a realizar la observación. 


El telescopio no era en absoluto como lo habíamos imaginado. Nada nos había preparado para la experiencia de entrar a la sala de observación, con todas sus máquinas, computadoras, instrumentos y, sobre todo, en lo alto, el gran telescopio. Nos explicaron paso a paso cómo debíamos realizar la observación. Qué debíamos buscar en la nebulosa. Cómo apuntarían el telescopio a lo que queríamos observar. La verdad es que pusimos atención sólo a medias. Nuestros pensamientos estaban en otra parte: ¿cómo íbamos a regresar? ¿A qué hora íbamos a llegar, si llegábamos? ¿Quién le avisaría a nuestros padres?


Ya desde ese momento todos supimos quiénes ganarían: el grupo de muchachos de la prepa 9 que parecían completamente ajenos a la angustia y a la neurosis colectiva. A pesar de ello, realizamos por turnos nuestras observaciones de acuerdo a lo indicado, y de momento se apaciguaron un poco los ánimos al tener algo en qué ocuparnos. Y al terminar, nos dimos cuenta que el papá de la niña fresa había estado moviendo influencias mientras nosotros trabajábamos: A eso de las 12 de la noche, nos dijeron que podíamos irnos. Afuera nos esperaban dos sorpresas: ¡Nuestro chofer y el pumabús! y detrás de este, un camión particular traído de quién sabe dónde. Oh no. El alivio se empañó con incertidumbre, una vez más. 


La entrada a las instalaciones del Observatorio era alargada y estrecha. Cabían perfectamente el pumabús y el que se encontraba detrás, sin embargo, no podían maniobrar para salir mas que en reversa. Y el camión acarreado no nos dejaría salir hasta que se le pagara la tarifa íntegra que cobraría por llevarnos de vuelta a CU. 
Tras mucho discutir, nos escarbamos los bolsillos para darles todo lo que lleváramos encima, aunque no se juntaba lo de la tarifa completa. Lo aceptaron y finalmente nos dejaron partir.


That's NOT all, folks.


Casi todo el grupo cayó dormido nada más sentarse en el pumabús. Pero nosotros intuíamos que la aventura no había terminado aún, así que agarramos el primer asiento de la fila, justo detrás del chofer. Detrás, se respiraba la tranquilidad del grupo, sumido en un sueño cansado por la aventura del día. Delante, veíamos las luces del camión cortando la negrura del campo y avanzando a gran velocidad. La tranquilidad que transmitían los dormidos nos hizo dormitar un momento, y como en sueños sentí que habíamos pasado el entronque con la autopista Puebla-DF. Desde el fondo de mi cansancio una voz me alertaba: ¿no deberíamos haber dado vuelta para bajar del puente e incorporarnos a la autopista? No hice caso y seguí dormitando. Pero después de un rato la duda empezó a hacerse más y más grande, pues no reconocía lo que alcanzaba a ver de la carretera en la espesidad de la noche.  Ya iban a ser las 2 am, ¿no deberíamos estar entrando ya al DF? Pronto confirmamos nuestro temor con un aviso frente a nosotros:


Inicia área de restricción volcánica Popocatépetl. 
Prohibido el paso.

WTF! ¿¡Estábamos en la falda del Popocatépetl!?

Atrás todos seguían dormidos. Nosotros tres nos miramos, sin saber si echarnos a reír, o a llorar. Optamos por reír a carcajadas. 

El chófer corrigió su rumbo y el pumabús cruzó veloz en la distancia correcta -ahora sí bajó el puente, y la autopista ya era inconfundible- y finalmente llegamos a CU sin mayores sobresaltos, a las 3:30 am del domingo, donde los padres de familia aguardaban pacientemente, pues desde el observatorio alguien logró avisar y pasaron la voz. El celular volvía a tener señal. 

Los de atrás no se enteraron de que fuimos a dar al Popo. Ese sería nuestro secreto. 

Epílogo

Durante la aventura, el ánimo general fue angustiante, aunque ahora lo recordemos con risas. No puedo evitar imaginarme lo diferente que esto hubiera sido si en ese entonces hubiéramos tenido las herramientas con las que contamos ahora: teléfonos celulares y smartphones. La aventura probablemente hubiera sido un TT, y en facebook habrían habido fotos del pumabus, de los fresas y los nerdos que formábamos la comitiva. A los del autobús contratado, se les hubiera pagado con una transferencia electrónica usando algún smartphone. Probablemente algún twittero de Cholula habría acudido en nuestro auxilio ofreciéndonos hospedaje. Las posibilidades son infinitas. 

En ese entonces, nos decíamos que nunca más aceptaríamos un "premio" del IA. Pero ahora, con tanta herramienta al alcance de uno, no dudaría en volverlo a aceptar. Hay mucha diversión en el caos. 








3 comentarios:

mauricioaziz dijo...

Me transportaste a mi lejana infancia, cuando había excursiones a diferentes lugares. Claro que nunca tuve una aventura así de niño. Gracias, Gina!!!!

Unknown dijo...

Gina, esto es genial!!!!!!!!!!

La verdad es que tenía recuerdos vagos de aquel entonces, pero al leer tu publicación recorde cada detalle de aquella increible experiencia y tu redacción es excelente :)

Gracias

Bernardo Melchor dijo...

Increible, en verdad!! Gina, me sorprende tu memoria y la exactitud con que tienes presente cada instante. Esta experiencia es una de las que aún recuerdo con una gran sonrisa!!

Me encantó leer tu blog y me transportó a aquellos momentos de mi adolescencia... Ahí te van unos datos curiosos que me hiciste recordar:

* El concurso se llamaba: Observa el Cometa Hale-Bopp desde San Pedro Mártir, ese era el premio final.

* El pumabus también chocó con un camión en la salida a Puebla, le rompió el espejo y los vidrios entraron por una ventana que venía abierta.

* Ganamos la primera fase con nuestro proyecto estilo "Cositas" con el tema: "Cálculo de la distancia al sol usando Paralaje Trigonométrica"!! Qué tal ehh!! éramos buenos!! je, je.

Gina, en verdad, Mil Gracias... No cabe duda que recordar es volver a vivir!! =)